Ser la mamá de la mamá de mi nieto: acompañar sin invadir

Ps. Mabel Guillén. Mg. en terapia familiar sistémica. Terapeuta de pareja

Me creía conocedora de todas las formas de amor, pero esta certidumbre cambia de pronto al ver a mi hija convertirse en madre y descubro una nueva forma de amar, un amor diferente, que brota como un río tranquilo pero poderoso. Un amor que no solo es hacia ese pequeño ser que acaba de nacer, sino también hacia esa mujer, mi hija, que ahora inicia su propio camino como mamá.

Hoy escribo desde un lugar nuevo y emocionante: el de la mamá de la mamá de mi nieto recién nacido.

La maternidad, desde esta nueva mirada, es una mezcla de emociones: orgullo, nostalgia, admiración, un poco de temor y mucha ternura. Observar a mi hija, tan fuerte y tan vulnerable a la vez, abrazando a su bebé, me recuerda mis propios primeros pasos en la maternidad. Recuerdo mis dudas, mis cansancios, mis alegrías simples. Y me doy cuenta de algo: no importa cuántos libros se lean ni cuántos consejos se reciban, el viaje de ser madre siempre es único, personal e irrepetible.

Una nueva generación de amor

Cuando mi nieto llegó al mundo, no solo nació un bebé: también nació una nueva versión de mi hija, y de mí misma. Ella, ahora, es madre. Yo, soy abuela.
Pero más que nuevos títulos, estos cambios son movimientos profundos del corazón. Es una transición que exige mucha generosidad: saber tomar un paso atrás para dejar que ella, mi hija, sea la protagonista de su propia historia materna.

He aprendido que no estoy aquí para ser la "segunda madre" del bebé. Estoy para ser un apoyo silencioso, firme y amoroso para ella, para su maternidad. Estoy para recordarle que no está sola, que puede confiar en su intuición, que es suficiente tal como es.

Porque, aunque el instinto materno existe, también existen los días de incertidumbre, las noches de lágrimas, las dudas que se clavan en el pecho. Y ahí es donde la presencia de una madre —de su madre— puede ser una brisa suave que calma el alma.

Dejar espacio y ofrecer presencia

No siempre es fácil. Hay impulsos naturales de querer intervenir, de aconsejar, de corregir. Pero ser la mamá de la mamá implica una nueva forma de amor: amar desde la distancia respetuosa, confiar en su capacidad, contener sin invadir.

Escuchar más que hablar. Preguntar en vez de ordenar. Ofrecer ayuda sin imponerla. Aceptar que ella criará diferente a como yo lo hice, y que eso no es un error, sino una nueva forma de maternar.

Verla con su hijo en brazos me recuerda que la maternidad no es una receta, es un arte vivo que cada mujer crea a su modo. Y en ese arte, el error y el acierto conviven, como en todas las grandes obras.

El efecto espejo

Convertirme en la mamá de la mamá también es un viaje hacia adentro donde: 

  1. Me pregunto:
  • ¿Qué heridas quedaron de mi propia maternidad y necesito sanar para no proyectarlas en ella?
  • ¿Cómo puedo ser un puente, no un obstáculo en su relación con su hijo y esposo?
  • ¿Qué cosas haría diferente si pudiera volver atrás?
  • ¿Qué sabiduría puedo transmitir, no desde el mandato, sino desde la experiencia?

2. Me ha hecho ver a mi hija con ojos nuevos: no solo como la pequeña que alguna vez dependió de mí, sino como una mujer completa, capaz de amar, de cuidar, de decidir.

3. Como en un espejo me reconozco al ver en ella mi historia, mis fortalezas, mis errores, mis sueños. Y también veo en ella algo completamente nuevo, fresco, distinto, que me invita a aprender de nuevo a ser madre, ahora desde otro rol.

La rueda de la vida

Ser abuela no es el final, como a veces se cree. Es una continuación. Es ver la vida girar y entender que estamos todos conectados: mi madre, yo, mi hija, mi nieto. Cada una aportando algo al tejido invisible de la vida.

En este momento, más que nunca, siento gratitud. Gratitud por haber vivido lo suficiente para experimentar este milagro, por poder sostener en mis brazos al hijo de mi hija, por ser testigo de este nuevo capítulo.

Sé que vendrán días de cansancio, de miedos, de aprendizajes. Sé que a veces me costará callar cuando vea que ella comete errores similares a los que yo cometí. Pero también sé que el amor, cuando es verdadero, sabe esperar, confiar y acompañar sin condiciones.

Reflexión final

Seré paciente. 

Celebraré cada pequeño paso.  

Me permitiré vivir mis emociones.

Dejaré espacio para que mi hija escriba su propia historia.

La maternidad es un legado de amor imperfecto, y está bien que así sea. Porque en ese amor imperfecto, humano, sincero, es donde se siembra la semilla de una vida plena y auténtica.

Hoy, miro a mi nieto dormir, y en su respiración tranquila escucho una promesa silenciosa: la vida sigue, la vida florece, y yo estoy aquí, con el corazón lleno de esperanza y amor.

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