El nacimiento de un hijo: una revolución emocional y relacional

Ps. Mabel Guillén. Mg. en terapia fliar. sistémica. Terapeuta de pareja

El nacimiento de un hijo es uno de los eventos más intensos y transformadores que puede vivir una pareja. Trae consigo una mezcla de emociones: ternura, asombro, miedo, agotamiento, y una profunda reorganización emocional y relacional. En medio de ese caos, muchas parejas sienten que su vínculo cambia. Lo que antes fluía con naturalidad —las conversaciones espontáneas, la complicidad, el deseo— ahora parece desordenado, postergado o incluso perdido.

El amor se reconfigura

No es que el amor se acabó: se reconfigura, se transforma. Pero si esa transformación no se acompaña con conciencia y ternura, ese desorden puede doler. Puede hacer que la pareja se sienta más sola que acompañada, más en modo “supervivencia” que en conexión.

Después del nacimiento del primer hijo, los roles cambian abruptamente. Las demandas del bebé son intensas, el cansancio físico y mental se acumulan y, muchas veces, lo emocional se silencia en nombre de lo urgente. La pareja se convierte en una especie de “equipo logístico” que intenta mantenerse a flote: se organizan turnos para dormir, se negocian tiempos para comer o ducharse, se reparten tareas sin mucha conversación afectiva. Sin querer, la relación se va desdibujando en medio de pañales, mamaderas, agendas apretadas y silencios acumulados.

Emociones que no siempre se nombran

Ganas de estar a solas, culpa por no disfrutar, miedo a no estar a la altura. Sentirse no visto o no escuchado. Muchas veces, la distancia emocional comienza en lo que no se dice… pero sí se siente. Estas emociones complejas, muchas veces, poco habladas: 1) Culpa por no sentir lo que “se supone” que debería sentirse en esta etapa: esa idealización del amor absoluto, de la plenitud materna o paterna, que rara vez coincide con la experiencia real. 2) Vergüenza por extrañar la vida anterior, la libertad, el silencio, el tiempo a solas. 3) Miedo profundo a no estar a la altura del nuevo rol, a fallar como madre o como padre, o a convertirse en alguien irreconocible para la pareja. 4) En medio de todo eso, uno de los dos —o ambos— puede sentirse no visto, no validado, no sostenido emocionalmente. 5) La irritabilidad se vuelve más frecuente, el ensimismamiento más común. Aunque compartan espacio y responsabilidades, la conexión se debilita. La sensación de estar acompañados se reemplaza por la de estar operando juntos, en piloto automático… como si funcionaran en equipo, pero sin realmente encontrarse.

Volver a ser pareja

En este contexto, “volver a ser pareja” no significa regresar a lo que eran antes de la llegada del bebé. Esa versión de la relación ya no existe como tal. Ahora la invitación es otra: construir un nuevo vínculo, más maduro, más consciente, que incluya esta nueva etapa del ciclo vital familiar. Implica reconocer que la relación también necesita ser nutrida. Que el amor debe encontrar nuevas formas de expresarse en medio del caos cotidiano.

Volver a ser pareja es elegir acompañarse con ternura, aún cuando no sobra el tiempo ni las fuerzas. Es hacer pequeñas pausas para mirarse, aunque sea al final del día. Es preguntarse genuinamente “¿cómo estás?” y no dar por sentadas las respuestas. Es hablar desde la emoción y no desde el reproche. Es decir con honestidad: “Me siento solo/a”, “Te extraño”, “Estoy desbordado/a” sin miedo a ser juzgados o rechazados.

Además implica ser intencionales en reconstruir la vida sexual, no solo como expresión física, sino como un espacio emocional donde cada uno se siente aceptado y seguro. Es natural que el deseo cambie en esta etapa, y reconocerlo sin juicio es parte del camino. La clave está en volver a conectarse, cuidarse mutuamente, mantener vivo el diálogo sobre cómo se siente cada uno, qué necesita y desea.

Caminos simples para empezar de nuevo

En la consulta terapéutica, es frecuente acompañar a parejas que se sienten perdidas después del nacimiento de un hijo. Generalmente llegan con la sensación de estar “haciendo todo bien como padres, pero mal como pareja”. Ayudarlas a ponerle nombre a lo que están viviendo, validar sus emociones y ofrecer herramientas de reconexión es parte fundamental del trabajo. Volver a construir ese “nosotros” que se extravió entre la rutina y la exigencia es posible… pero requiere intención y tiempo.

También es importante recalcar que no hay fórmulas mágicas ni soluciones inmediatas. Pero sí hay caminos de reencuentro. Caminos que se abren cuando hay disposición, aunque sea tímida, a volver a mirar al otro como compañero o compañera de vida, no solo como co-cuidador del bebé.

A veces, todo empieza con un gesto simple: compartir una taza de café en silencio, enviar un mensaje durante el día, agradecer un detalle, reconocer el cansancio del otro. Detalles cotidianos que hablan de cuidado mutuo, que sostienen el amor mientras se reorganiza.

El amor puede desordenarse… pero también puede volver a ser refugio. Y en medio del caos, elegir acompañarse con ternura, puede ser el acto más amoroso, apasionado y valiente de todos.

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