El inicio de la paternidad y sus desafíos invisibles.
Ps. Mabel Guillén. Mg. en terapia fliar. sistémica. Terapeuta de pareja

Convertirse en padre es una experiencia transformadora. No solo marca el inicio de una nueva vida en los brazos, sino también de una nueva identidad: la de un hombre que ahora es papá, esposo/pareja de una madre primeriza, proveedor, sostén emocional y compañero de ruta. En medio de la ternura, el orgullo y el amor inmenso que trae la llegada de un hijo o hija, hay cansancio, dudas y tensiones que merecen ser habladas.
Los múltiples roles del papá primerizo
El padre primerizo muchas veces se ve enfrentado a un malabarismo emocional y práctico. Mientras sostiene un trabajo fuera de casa, al mismo tiempo debe sostener dentro del hogar: cuidar, contener, estar presente. Ya no solo es pareja, ahora también es el compañero de una madre reciente, que atraviesa un proceso de transformación física, emocional y relacional profundo.
Mientras él se va al trabajo con culpa, la nueva mamá, pasa el día entre pañales, tomas de leche y un cuerpo que aún duele. Él desea volver a casa y quedarse ahí, encontrar refugio, silencio, descanso. Ella, por su parte, necesita salir, ver otros rostros, sentir que hay vida más allá del living y la cuna. Ambos tienen razón. Ambos están exhaustos.

Pero no termina ahí. El hombre que recién se convierte en papá sigue siendo también trabajador, hijo, hermano, amigo, vecino. Y en todos esos espacios, su identidad se está reorganizando. Los tiempos, energías y prioridades cambian, y el ajuste no siempre es inmediato ni sencillo.
Algunos vínculos se tensan por falta de tiempo, otros se distancian. A veces, el entorno espera que todo siga igual, sin notar que se encuentra en una transición profunda. Sostener tantos roles implica aprender a poner límites sanos, pedir ayuda y legitimar su necesidad de cuidado. Porque nadie puede cuidar bien a otros si no está siendo cuidado.
El derecho a espacios personales… sin culpa
Ser padre no debería significar anularse por completo. En esta etapa, es legítimo que el papá primerizo necesite momentos para sí mismo, para respirar, reencontrarse con su identidad más allá de los roles. Salir con amigos, leer, caminar o simplemente descansar… no son actos egoístas, sino formas saludables de recargar lo emocional para volver con más presencia y ternura.
La clave está en que esos espacios no sean una huida, sino una pausa compartida y comprendida dentro de un vínculo donde ambos se reconozcan agotados, necesitados y al mismo tiempo merecedores de bienestar.
Diálogo emocional: volver a mirarse, desde un nuevo lugar

Este periodo suele revelar diferencias de expectativas que antes no eran tan visibles. El padre desea un momento de desconexión con amigos, una pausa para recuperar algo de sí mismo. La madre, que ha estado sola, con su bebé todo el día, también desea espacios personales, desea conexión, tiempo de calidad, sentir que no es invisible.
Aquí, el diálogo emocional se vuelve clave. Un espacio donde cada uno pueda expresar lo que necesita sin ser juzgado ni corregido. Donde las emociones no se comparan ni se compiten, sino que se acogen. Se trata de decir: “Esto es lo que me pasa, y me encantaría que puedas escucharme, no para solucionarlo, sino para caminarlo juntos”.
Reconocerse en nuevos roles implica volver a mirarse con curiosidad, como si fuera la primera vez. Preguntarse:
—¿Cómo estás?
—¿Qué necesitas?
—¿Que esperas de mi?
Desde este nuevo rol -ser papá, adaptado al anterior -ser pareja, es importante afirmar: "estoy aquí para ti", "cuenta conmigo desde mis limitaciones", "te amo"
Elegir acompañarse con ternura y compasión

La llegada de un hijo o hija no solo transforma las rutinas, también redefine los vínculos. Esta etapa del ciclo vital exige ajustes emocionales profundos: aprender a convivir con el cansancio, las nuevas responsabilidades y las expectativas cruzadas. En este contexto, acompañarse no significa resolverlo todo, sino estar presente de manera consciente y sensible.
La ternura y la compasión, muchas veces subestimadas, se convierten en una herramienta poderosa de conexión. No se trata de grandes gestos, sino de elecciones simples y significativas: una palabra dicha con afecto, un abrazo sin exigencias, una conversación sin pantallas, un “gracias por estar” que aparece sin haber sido pedido.
Estos pequeños actos cotidianos fortalecen el apego y generan seguridad emocional. Elegir acompañarse con ternura y compasión es, una forma de cuidar el amor cuando el mundo se vuelve caótico.
Estas pequeñas elecciones son semillas de resiliencia. Porque la ternura y la compasión no eliminan el cansancio, pero lo hace más llevadero. Y cuando se siembra en el maravilloso caos de esta nueva etapa, florece con fuerza en la calma.